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  • Foto del escritorEduardo A. Saldivia

Caminos hacia el 2050

La hoja de ruta ambiental para hacerle frente al Cambio Climático nos traza un recorrido que tiene como primer destino la mitigación en 2035. Se trata de reducir lo que contaminamos, cambiar nuestro estilo de vida, empezar a hacer todo aquello que está al alcance de nuestra mano y podríamos hacer por ser más amables con nuestro planeta.


Para lograrlo, tenemos como guía a la agenda ODS 2030, los Objetivos para un Desarrollo Sostenible que propone Naciones Unidas. En el caso de Posadas -por ejemplo- nuestro Plan Estratégico 2035 deberá asumir este espíritu ecologista y además proponerse seriamente llegar al 2035 con los objetivos del 2030 ya cumplidos.


La segunda parte del recorrido va desde 2035 hasta 2050, fecha límite para la descarbonización. Esta segunda etapa ya no se tratará de usar de una forma más eficiente las herramientas con las que contamos, o de buscar la manera de generar menos residuos. Realmente implicará un cambio de fondo. Las empresas y las industrias deberán aplicar modificaciones sustanciales en sus sistemas de producción. Nuestra misión es alcanzar el máximo desarrollo posible sin emitir los gases que generan el efecto invernadero. Contaminación cero.


Pero este camino no tiene sentido si dejamos de atender a nuestros bosques. El Calentamiento Global no es solamente debido a las emisiones de carbono monumentales que realizamos con nuestras actividades. La destrucción de nuestra biodiversidad nos ha empujado a la arena de una verdadera Crisis Climática.


Según el Instituto del Hombre y el Medio Ambiente del Amazonas, la deforestación en la Amazonía aumentó un 33% en los primeros diez meses de 2021, en comparación con el mismo lapso en 2020. Sólo en octubre, se deforestaron 80.000 hectáreas de bosque nativo.


Sólo podremos alcanzar nuestro destino en 2035 si primero llevamos la deforestación realmente a cero, y -más complejo aún- no podremos alcanzar la descarbonización en 2050 si no está acompañada de procesos que tiendan a la restauración de la naturaleza. Debemos instrumentar acciones que nos lleven a devolverle todo el espacio posible a la biodiversidad.


En este sentido, la Comisión Europea anunció que, desde el 31 de diciembre de este año, dejará de importar a la Unión Europea toda aquella producción de ganado, soja, café y madera que pueda provenir de tierras que han sido deforestadas o degradadas. Un certificado de salud del suelo que demuestre -por ejemplo- que esa soja chaqueña no se cultivó en lo que eran bosques nativos que fueron desmontados para agronegocios, y lo mismo sucede en Colombia con el avance del monocultivo del café sobre la selva, desertificando y erosionando todo a su paso.


En el caso de nuestra provincia, ya contamos con normativas que detienen la deforestación, pero tienen una muy difícil implementación. Actualmente, el gobierno nacional no está cumpliendo con los presupuestos que establece la Ley de Bosques sancionada en el año 2007, y le gira a Misiones apenas el 3% del monto que está pautado para este fin. En consecuencia, en santuarios naturales como la Reserva de la Biósfera Yabotí, la dotación de guardaparques es mínima y no cuentan con el equipo y la tecnología necesaria para operar efectivamente sobre 221.155 hectáreas de bosques nativos. Lamentablemente, las noticias de cazadores furtivos en zonas linderas con Brasil están a la orden del día.



Es interesante analizar qué está haciendo concretamente Argentina para alcanzar los objetivos del 2030. Nuestro país emitía en 2017 cerca de 350 millones de toneladas de CO2 al año y se comprometió -en el documento de Contribuciones Determinadas Nacionales- a que su economía podrá desarrollarse y producir plenamente hacia el año 2030 sin haber aumentado esta cantidad de emisiones. Se compromete a que, aunque crezca, no va a contaminar más de lo que ya contamina. Un objetivo sin coraje político. Es por eso que en el informe Climate Transparency de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales, afirman que si Argentina se tomara en serio este asunto debería reducir a 200 millones sus emisiones para 2030, y finalizar debajo de los 60 millones en 2050.


En conclusión, este camino por salvar el planeta que todos vamos a recorrer -y debemos recorrer- podemos hacerlo empujados por el estado, con leyes que nos vayan obligando a hacer las cosas de una forma diferente. O podemos avanzar por nuestra propia conciencia y respeto por el ecosistema donde vivimos, de una manera voluntaria, aunque no haya normativa que nos obligue a hacerlo y sin depender de la falta de ambición de nuestro país.

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