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  • Foto del escritorEduardo A. Saldivia

Arquitectura de la tercera edad

En el año 1900, no había antibióticos, la revolución industrial había dejado a las ciudades en condiciones precarias y la expectativa de vida para cualquier argentino era de 29 años. Es difícil imaginarse lo improbable que era para aquellos compatriotas cumplir 50 o 60 años. Pero hoy la cosa es bien distinta, según las estadísticas los hombres tienen una esperanza de vida de 75 años y las mujeres de 80.


La Organización Panamericana de la Salud atribuye este crecimiento no solo a las mejoras en la calidad de vida y los avances científicos en la medicina para los adultos, sino a la disminución de la mortalidad infantil. Hace más de cien años, uno de cada cuatro bebés no llegaba a cumplir su primer año de vida, y hoy más del 98% de los niños cumplen un año.


Así, podemos afirmar que la evolución de nuestra sociedad ha estado en saber cuidar a la población en los dos extremos de la vida: a los niño y a los viejos. Y en esa sintonía están las propias bases de la Constitución de la provincia de Misiones que expresamente dedica su capítulo segundo a la protección de la ancianidad y la minoridad. Como decía un colega, evitemos llamar abuelos a quienes no lo son o ancianos a quienes lejos están de serlo, ya que se considera anciana a una persona que alcanzo la expectativa de vida.


Una persona de 65 años no tiene nada de anciana, por el contrario, alcanza un momento para empezar a celebrar la vida, de júbilo, de cosechar lo que sembró a lo largo de su juventud con tanto esfuerzo y sacrificio. Basta con fijar nuestra mirada sobre culturas milenarias de Asia o África donde depositan en sus viejos la sabiduría, la fuente de consejos, es que mas sabe el zorro por viejo que por zorro.


La pandemia del covid-19 ha puesto en la primera plana de todos los diarios los puntos más débiles de nuestras comunidades. Asentamientos sin acceso a agua potable, problemas de hacinamiento, transporte público sobrepasado en su capacidad, pero sobre todo nos ha hecho tomar conciencia del paupérrimo lugar que le estamos dando a nuestros viejos en la sociedad, ya que ellos son la población mas dramáticamente afectada por el coronavirus.


Está bien que ofrezcamos a nuestros gurúes hogares con los cuidados que necesitan y que puedan compartir residencias colectivas donde reciban respeto y dignidad. Pero lamentablemente las normativas sobre cómo debe ser y cómo debe funcionar un geriátrico en Argentina están desactualizadas y para colmo, ni siquiera a esas ordenanzas obsoletas se las está haciendo cumplir.


La propia Constitución argentina establece derechos y garantías para las personas de edad, pero la nación no se ocupa de cumplirlos, recargando sobre las provincias y especialmente sobre los municipios algo que debería ser política de estado.

Entonces nos encontramos que la población que mas creció en los últimos cien años, o acaso que ni existía hace cien años, hoy es la que más nos necesita.


Necesitamos que nuestros hogares empiecen a verse marcados por esta nueva realidad desde su diseño mismo. Cuando un matrimonio joven compra una casa con las habitaciones en planta alta -por escalera obviamente- se están olvidando que también van a ser viejos. Y más allá de que todas las casas deberían dejar tener puertas por las que no puede pasar una persona en silla de ruedas, de la misma manera habría que empezar a pensar que en nuestros hogares también necesitamos una habitación accesible para albergar a nuestros padres.


Pero no solo desde lo constructivo, también desde el mobiliario, muchos avezados arquitectos han desarrollado equipamiento adecuado para los adultos mayores, eliminando las superficies de vidrio sobre las que alguien puede caerse, como las mesas ratonas y las mesas de luz. Y eliminando mesadas y muebles con esquinas angulosas que puede lastimarnos o dejarnos hematomas. Poder sentarse en la ducha no debe ser considerado un privilegio, ya que muchos de ellos se cansan pasando largos períodos de pie.


Pero en especial, es importante que nos comprometamos en avanzar el camino de nuevas legislaciones para regular los geriátricos, que garanticen condiciones dignas de habitabilidad y que el estado se ocupe de hacerlas cumplir como nuestros padres se lo merecen.



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